Reunidos los miembros del jurado del concurso CIENCIA FICCIÓN EN UN HILO acuerdan por unanimidad otorgar el primer premio de esta tercera edición a DAVID AGUIRRE MOLINS con su relato Inteligencia añadida. La mención de honor se le concede a NICOLÁS CABRERA SCIANCA por su relato Masticar.
Además, queremos que conste nuestra felicitación a los/as participantes de este concurso, y en especial a los/as doce finalistas, por su colaboración con esta iniciativa.
Jurado:
Antonio Manuel Eff-Darwich Peña, Alejandra Goded, Igor Álvarez Muñíz
1º PREMIO: DAVID AGUIRRE MOLINS @daguirremolins
Inteligencia añadida
Después de las inteligencias artificiales llegó el boom de las inteligencias añadidas. Primero nos añadimos inteligencia a nosotros mismos. Los resultados fueron maravillosos: descubrimos la medicina antimateria y prosperaron las energías endo-renovables. Luego se aplicó en animales. Los perros resultaron ser más fríos de lo que se esperaba, y por sorpresa, los felinos resultaron ser amigos para toda la vida. Los cerdos jamás nos perdonaron el genocidio, y las vacas siempre nos consideraron seres inquietantes. Después de los animales, optamos por «intelegentizar» a los fenómenos naturales. Con el viento no hubo sorpresas: la suya era una amistad volátil, sin compromiso ni lealtad. El fuego en cambio resultó ser un alma profunda, más creativa que destructiva. Cuando ya no quedaba nada material a lo que «inteligentizar», le llegó el turno a lo abstracto. Ideas como la simpatía y la nostalgia dejaron de ser ideas y empezaron a pensar y a sentir. Cosas como la música, el sexo y la pena también tomaron conciencia. Fue como si el universo entero hubiera despertado. Ya no había misterios ni miradas salvajes, tan solo un vasto mundo de intelectos, y el más terrible de los aburrimientos.
MENCIÓN DE HONOR: NICOLÁS CABRERA SCIANCA @DulceAspirineta
Masticar
Pasó en alguno de esos países del primer mundo. Era una nena de dieciséis años que no soportaba ni los espejos ni las selfies. Le habían dicho “chanchita” por mucho tiempo, y aunque hacía años que no lo hacían (estaba escuálida desde los trece), se sentía desagradable. Se odiaba, pero no como se odian los adolescentes o como nos odiamos los adultos. Se odiaba de verdad. Familia de clase acomodada: la llevaron al mejor profesional; primer mundo: nuevas tecnologías para combatir la anorexia y la bulimia; las mejores drogas para contener el vómito: si se colaba los dedos, le daba una puntada en el pecho que se sentía como un infarto; implante en la boca, sensible a estímulos olfativos: bastaba el olor de una tostada por la mañana para liberar un zumbido leve, pero continuo, que se calmaba sólo masticando. En tres semanas (era otra: diez kilos más, y en buena forma) se vio al espejo y le dio una piña. Se coló los dedos: infarto. Afuera olía a ajo: zumbido. Otra vez la imagen en el espejo, rota por las grietas de la piña. Tomó un pedazo del reflejo que le repelía, y se arrancó las tripas: sangre. Mucha sangre. Despertó en el hospital: una máquina a lo Giger le salía desde sus vísceras. Una enfermera se le acercó. “Te traigo la comida” le dijo. Olor a pollo hervido, y de nuevo el zumbido en los oídos: a masticar.
Organizan: Sección de Humanidades y Ciencias del Ateneo de La Laguna, las Aulas culturales de la ULL “Cassiopeia”, “Divulgación Científica”, “Matemática Divulgativa” y “Radio Campus ULL”